Aquella mañana, el sol repartía sus rayos de luz y calor sin mirar a quien. La familia Hermosilla no esperaba ese reparto en la cama: sus gallinas, sus ovejas, sus cerdos, etc… no estaban para esperar.
Andrés, Andresito,… nadie contestaba. Isabel se acercó al garaje y con sumo cuidado se acercó hasta donde siempre se acostaba Andrés.
Parece que no se mueve; tiene todo tirado por ahí; Andrés no contestaba. Le tocó la frente y la tenía fría como el mármol. Pensó que estaba muerto y así era.
Y… ¿quién era Andrés? Muchas cosas se podrían contar de él.
Lo primero que diría Isabel y todos los que le conocían, era un “pobre” en el sentido que no tenía nada y no quería nada. Era un pobre feliz. Todos lo sabían y por eso mismo le querían.
Andrés, el “pobre”, era rico en amigos. Amigos suyos eran los perros, los gatos, los pájaros, los peces, las hormigas y hasta las abejas, que nunca le picaban.
Pasaba los días haciendo el mismo recorrido de Santo Domingo de la Calzada- San Juan de Ortega.
Su horario no tenía horario de salida, ni de llegada. Cualquier sitio era bueno, para hacer un alto en el camino, y reponer sus fuerzas comiendo lo que le habían dado el día anterior en algún albergue, en alguna casa, en alguna taberna.
Sí, Andrés era “pobre”, en algunas cosas, en conocimientos que da la vida era inmensamente rico.
Sabía muchas cosas del campo, como cuándo es el mejor tiempo para la sementera o plantar árboles; cuándo las nubes traen agua, qué plantas tienen poderes curativos, cómo curar la pata a una oveja coja, cómo se quitan las verrugas, qué flores son melíferas, etc.
Y por si esto fuera poco, Andrés sabía leer y escribir. Con ayuda de los vecinos de los pueblos que visitaba y de los peregrinos con los que se encontraba y el esfuerzo suyo lo consiguió.
En cada pueblo de los que periódicamente visitaba, dentro de la ruta que hemos señalado tenía ya un lugar asignado para pasar la noche, esas noches tan gélidas que caracterizan a los Montes de Oca.
En Villafranca después de charlar con el señor cura, visitaba a la Madre, como él decía, en su ermita.
Mientras las autoridades cumplían con sus obligaciones, Isabel ya había cumplido con las suyas.
Arregló como pudo la ropa de Andrés y metió en su alforja todos sus pobres enseres. A Isabel le llamaron la atención dos libretas pequeñas que estaban a su lado y sin darlas importancia las puso aparte, para en algún momento curiosearlas; pero sí que leyó en las tapas estas dos palabras: “REFRANES-CARNERO”.
La noticia de la muerte de Andrés se corrió rápidamente y el pueblo de Tosantos parecía el centro de una gran romería. La gente le quería y allí estaban para darle el último adiós. Yo creo que hasta los pajarillos acudieron para cantarle su repertorio musical entre las expresiones de la gente: “¡Qué buena persona!”, “nunca puso mala cara”, “nunca le oí quejarse de nada”, “que nos espere muchos años en el cielo”,…
La familia Hermosilla quedó muy afectada por el hecho de que aquél suceso les hubiera tocado a ellos. Pasados unos días Isabel se reencontró con las dos libretas y picada por la curiosidad las abrió y las leyó con toda avidez.
¿Qué había escrito Andrés en aquellas libretas? Isabel, emocionada nos lo contó.
Cada página de la libreta estaba dividida en dos columnas, en una TE DEBO y en otra TE DEJO, y debajo de estos encabezamientos muchos números: 6, 4 , 2, 5, 7, 3, 5,… nunca pasaba de diez y al final de la página había una raya coincidiendo con el TE DEBO, TE DEJO estaba la cifra CERO-CERO. Pasé hojas y hojas hasta la última de la libreta donde también se leía CERO-CERO.
¿Qué significaba toda esta contabilidad? Después de muchas vueltas a la libreta, la cerró y por casualidad en un rinconcito se leía: CRÉDITO.
Pasaron los días y en esos comentarios que hacen las mujeres a la salida de misa, Isabel habló a sus vecinas de la libreta y de las cuentas. Y que en una de las pastas se leía CARNERO, y como se suele decir que cuatro ojos ven más que dos, la Raquel se lo descifró.
Raquel, toda orgullosa, les contó lo que a ella le habían contado, que es lo siguiente.
Andrés, os acordáis, siempre llevaba un bastón bastante grueso y en uno de los extremos tenía una contera de goma, pues en la ermita que hay en la Fuente del Carnero, los peregrinos que cruzan los Montes de Oca, para ir a San Juan de Ortega, se desvían del camino y van a rezar a la Virgen, y depositan unas monedas que caen al suelo, pidiendo algún don. Andrés en su monótono recorrido también pasaba por allí. Él no podía echar monedas y entonces se las pedía prestadas a la Virgen. Con el bastón y un poco de resina que siempre llevaba para estos menesteres, las monedas se pegaban a la goma de la contera. No cogía muchas. No las necesitaba. Entendéis ahora lo de TE DEBO-TE DEJO, y CERO-CERO. Así de bueno era Andrés cuando murió sus cuentas con la Virgen estaban a cero.
Isabel que había escuchado con toda atención el relato de su amiga no dijo nada. Al llegar a casa cogió la otra libreta y como si se la fueran a quitar, la leyó de principio a fin.
Refranes, era el título de esta segunda libreta. De todos los refranes algunos le eran conocidos, hasta se los había dicho ella, otros se los dijeron vecinos de otros pueblos o peregrinos camino de Santiago.
Los refranes estaban clasificados por materias y ella se detuvo en el apartado abejas, ya que ellos también tenían colmenas:
El agua sobre la miel, sabe mal y hace bien.
Come mucha miel y vivirás mucho y bien.
Lluvia en agosto, más miel y más mosto.
Año de ovejas, año de abejas.
Si quieres miel no des puntapiés a la colmena.
Juan Miguel no tiene colmenas y vende miel.
A quien miel menea, miel se le pega.
Osu colmenero, nun quier compañero.
Abejas benditas, santos abejares, dan miel a los hombres, cera a los altares.
Con azúcar y miel cagajones saben bien.
A quien anda con cera algo se le pega.
Miel y queso saben a beso.
No está hecha la miel para la boca del burro.
Onde halla un panal, güelve l’osu a gusmiar.
Si quieres sacar colmenas, sácalas por las Candelas; y si quieres sacar miel, sácala por San Miguel.
Sólo pica la abeja a quien torpe la maneja.
Quien de miel se hace, moscas le comen.
Abejas y ovejas en mis dehesas.
Fe sin obras, panal sin miel.
En mayo, leche y miel, hacen al niño doncel.
Poca hiel hace amarga mucha miel.
Y terminaba este apartado con una sencilla oración a San Ambrosio, patrono de apicultores y fabricantes de cera:
“San Ambrosio bendito, acuérdate de mí, cuando estés con la que es vida y dulzura y esperanza nuestra. Amén”.
En nuestras lecturas posteriores, hemos encontrado en el libro «Miel de avispas», de Miguel Angel de la Torre, la expresión «fácil la miel se eriza de aguijones» que podemos entender como que a veces la desgracia se disfraza de fortuna y viceversa.
Otros artículos en Mieladictos que te pueden interesar:
Deja una respuesta