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Cultura miel. Curso cata mieles online

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Relatos

La última cena, relato apícola navideño

19 diciembre, 2015 Por Alberto Deja un comentario

Menú del día
Rabos de cordero revueltos con chorizo y huevo.
Preparación: los rabos de cordero se cortan a retortijón y después se pelan, se chamuscan, trocean y se lavan bien.
Tiempo de realización: sobre la marcha.
Nivel de dificultad: a repartir entre cuatro.
Nivel de precio: últimos días de rebaja.

Esta es la nota que había en el fogón de la cocina.

Serafín y Dionisia, con dos hijos, Andrés y Andrea, querían celebrar por todo lo alto la última «Nochebuena» en aquel pueblo deshabitado y por tanto en ruinas. El nombre Cericedo le venía de la abundancia de colmenas que en algún tiempo tuvieron.

Cericedo se encuentra en ese inmenso mar de piedra, que por llamarlo de alguna manera decimos «páramo». Cericedo está en la misma orilla de ese océano áspero y gris, para finalizar en un barranco seco y agreste.

La soledad ha puesto su trono en el pueblo. El clima, según dice Serafín, es bastante sano. Las enfermedades más comunes eran «las de pecho». Las casas estaban curadas «al humo».

¡Andrés!, trae la leña, que se apaga el fuego. Era la voz de Dionisia, que está todo atareada preparando la cena, la última cena. Mañana vendrá su sobrino a recogerlos para llevarlos a la ciudad.

Andrés, soltero y sin compromiso sale de casa en busca de alguna «chaparra» de encina» y algún trozo de ventana o puerta de aquellas casas medio derruidas. El aire que le envuelve parece cantarle en ritmo poético aquello de:

«Estos, Fabio (Andrés), ¡ay dolor!, que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, fueron en el tiempo aldea famosa».

Colmenas-tradicionales
Colmenas tradicionales. Relato apícola navideño

Andrea, la hija, que según dice su padre «tiene estudios», está preparando la mesa para la cena, y en un rincón de la gloria «el Belén». De una caja de cartón van saliendo todos los personajes que acompañarán «al misterio».

Andrea se da cuenta que falta alguien. Repasa todo y…¿dónde está el pastor, el perro y sus ovejas?  No dice nada, mirará en otra caja. Se va a la cocina.

Dionisia sigue preparando la cena. Andrea prepara el «manazanate», siguiendo la tradición, que no es otra cosa que un cocido de manzanas, pasas e higos y una cucharadita de miel.

Serafín y Andrés están empaquetando los últimos enseres que quieren llevarse. Y oyen un suave tintineo de esquilas, que viene del establo.

Allí dirigen sus pasos. No ven nada. Encienden una vela, hecha con la cera sacada de los panales de sus abejas. Parece que en el rincón, debajo del pesebre, hay algo que se mueve. Se acercan más, creyendo que sería alguna alimaña o ratones que están  tomando posesión  de la última casa del pueblo, que será abandonada, y lo que ven sus ojos es algo tan extraño que no se lo creen. Un diminuto pastor con su perro y un rebaño de ovejas pastando tranquilamente.

¡Andrea! ¡Dionisia! ¡Venid rápidas!

Ya está la familia contemplando aquello que les cuesta creer. (Andrea ya sabe ahora donde están el pastor y las ovejas). Sus bocas cerradas se abren inconscientemente al oír a aquel pequeño pastorcillo decirles con voz fuerte y clara:

«Ya podéis marcharos tranquilamente. No os preocupéis por nosotros. Somos tan pequeños que nos meteremos en cualquier sitio».

Oídas estas palabras la visión desapareció, Andrea les comenta que pastor y rebaño son los que tantos años habían estado en el «Nacimiento» y que este año habían desaparecido.

Más tranquilos todos continúan sus labores, pero sin dejar de pensar en lo que han visto y oído.

Llegada la hora de la cena, sentados y dispuestos a dar buena cuenta de los manjares preparados, se percibe un ambiente que no es el normal. La misteriosa aparición les envuelve y acapara su conversación. El ¡Feliz Navidad!  este año tiene una música distinta.

Nota. A las once de la mañana vino su sobrino de la capital. Todo lo tenían preparado y empaquetado. Al abandonar no quisieron mirar atrás. No contaron lo del pastor. Al día siguiente tuvo que volver al pueblo, pues se habían olvidado de las gallinas que tenían metidas en un cesto.

Publicado en: Blog, Relatos Etiquetado como: la miel y la cera, recetas tradcionales con miel, relatos donde aparecen las abejas

Lo que no sabíamos de Platero

7 marzo, 2015 Por Alberto Deja un comentario

En las lentas madrugadas, cuando los gallos alertas ven las primeras rosas del alba y las saludan, galantes, Platero, harto de dormir, rebuzna largamente. Yo, deseoso también del día, pienso en el sol desde mi lecho mullido. Al mirar el campo por la ventana abierta, me doy cuenta del alboroto de los pájaros.

¡ Los gorriones! ¡ Cómo entran y salen  en la enredadera, cómo chillan, cómo se cogen de los picos! Este cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el otro se bebe un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo; aquel ha saltado al tejadillo del alpende. ¡ Benditos pájaros sin fiesta fija! Viajan sin dinero y sin maletas ; mudan de casa cuando se les antoja; y sólo tienen que abrir sus alas para conseguir la felicidad; no saben de lunes ni de sábados.

Salgo al huerto y canto gracias al Dios del día azul.

¡ Cómo está la mañana! El sol pone en la tierra su alegría de plata y oro; mariposas de cien colores vuelan confundidas con las flores, parece que se renuevan en una metamorfosis de colorines, al revolar. Parece que estuviéramos dentro de un panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa encendida. Las abejas orinegras vuelan en torno de la parra cargada de sanos racimos moscateles, luciendo las perlas que el rocío de la mañana las ha donado.

Flor de Platero
Lo que no sabíamos de Platero. Blog de los Mieladictos.

Platero desde la tibieza de su cuadra, rebuzna ansiosamente.

Le abro la puerta. Me mira, yo le miro. ¡ Nos vamos !

Bajamos despacito; verja abajo, en la grata frescura de las acacias y  de los pinos. Su paso resuena en las grandes losas que abrillantan la brisa de la mañana.

¡ Qué bella está la flor del camino! Pasan todos a su lado, y ella, tan tierna y tan débil, sigue inhiesta, malva y firme. Cada día al pasar a su lado, tú la has visto en su puesto verde. Ya tiene a su lado un pajarillo que al acercarme se levanta, y ella está llena, cual una breve copa, del agua clara que dejó una nube peregrina; ya consiente el robo de una abeja o el voluble adorno de una mariposa.

La pradera tiene una charca que solamente seca agosto y coge pedazos de cielo amarillo, verde, rosa; y está casi ciego  por las piedras que desde lo alto tiran los chiquillos a las ranas.

Platero, trota, entra en la charca, pisa aquellas cristalinas aguas y las hace pedazos. Le dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas las florecillas rosas, celestes y gualdas. De cuando en cuando se oye un rebuzno tierno, vuelve la cabeza y arranca las flores a que su bucaza alcanza. Las campanillas, níveas y blancas, le cuelgan, un momento, entre el blanco babear verdoso y luego se van a la barrigota.

¡ Qué encanto tiene el campo!

Platero me ha mirado , ha mirado la flor y remangando el labio ha puesto un interminable rebuzno contra el cielo. Platero ha vuelto a rebuznar. Sus labios carnosos se hinchan por momentos. Una abeja inmisericorde le ha regalado el aguijón, a costa de su breve vida.

Entonces en un rudo dolor testarudo, se ha cerrado como un día malo, ha empezado a dar vueltas con el testuz, en el suelo, queriendo romper la cabezada, huir, con palabras bajas, y poco a poco, su rebuzno se ha ido quedando solo, en rebuzno.

Le cojo la cabeza, se la revuelvo en cariñoso apretón; le hago cosquillas. El, bajos los ojos, se defiende blandamente con las orejas, sin irse, o se liberta, en breve correr, para pararse en seco, como un potrillo juguetón.

¡ Qué mal lo has pasado Platero! Ahora iremos a decir a Pinoso, que no vuelva a soltar las abejas cuando sales a pasear por el arroyo.

Ce nést rien!

Sobre los rosales, con flores, cae la tarde, lentamente. Las lumbres del ocaso prenden las últimas rosas, y el jardín, alzando como una llama de fragancia hacia el incendio del Poniente, huele todo a rosas quemadas. Silencio.

Publicado en: Abejorros y abejas, Apicultura, Artículos curiosos, Colaboraciones, Relatos Etiquetado como: abejas orinegras, relatos apícolas

La colmena de los panales de oro

13 diciembre, 2014 Por Alberto Deja un comentario

Sucedió una vez, aunque parezca mentira, que en un pueblo que ya no existe, vivía una familia muy pobre. El sol, el agua y el aire eran sus únicas riquezas. El padre de familia buscaba trabajo, pedía limosna y recogía del campo cuanto este le daba.

La-colmena-con-panales-de-oro
La colmena de los panales de oro

En aquel pueblo todos los jueves ponían un mercado donde las campesinas y los campesinos de los pueblos vecinos  vendían en sus puestos comida, ropa, cacharros y, un poco más allá, vacas, ovejas, caballos, pavos…

Pedro se acercó aquel jueves al mercado. Una voz interior se lo pedía. Iba de puesto en puesto. Los ojos  se le salían de sus órbitas. No tenía dinero, pero sí un oído muy fino.

“A mí nunca se me acaba la miel”, decía uno.

A Pedro no le hizo falta oir más. Pasó el día dando vueltas por el mercado sin perder de vista a aquel hombre  que había dicho tal cosa. Al caer el día le siguió  hasta cerca de su casa, pues para él era suficiente.

La noche se le hizo  eterna  y cuando el gallo llama a despertar, Pedro estaba ya en el bosque. La casa del hombre de la miel la tenía en frente y pensó que no muy lejos debería tener miles de colmenas de donde sacar tanta miel.

El zumbido de unas abejas le llevó lejos del colmenar que había visto. Ahora, ante sus ojos había una sola colmena y miles de abejas trabajando. Aquella voz interior le volvió a hablar y Pedro la hizo caso. Sin miedo a las picaduras abrió la colmena y sacó un panal y vio que no era como los demás. Cerró la colmena y se fue a casa. Hoy, su mujer e hijos, tenían algo que comer.

Reunidos en torno a las cuatro tablas que hacían de mesa comenzaron a saborear aquella deliciosa miel que salía del panal. Bastaba aproximar un vaso, un  plato, una taza o cualquier recipiente para que manara miel. Saciada el ansia pensaron y decidieron aprovechar la ocasión para llenar todo lo que pudiera contener miel: vasijas, cuenas, escudillas,platos, vaso, etc, y una vez todo lleno…¿qué hacer con tanta miel?, era la pregunta que se hicieron todos.

– Papá, venderemos la miel, dijeron a coro los niños.

– La guardaremos, decía la mamá.

Al llegar la noche, todos se fueron a la cama, pero Pedro no podía dormir. Pensaba en aquella voz interior, pensaba en cómo había encontrado la colmena, en cómo del panal manaba miel y se convertía en oro. Sin hacer ruido, se levantó de la cama y fue a comprobar que el panal estaba allí y repetía una y otra vez el mismo hecho, dar miel.

Cuando volvió Pedro, su mujer estaba despierta y le preguntó:

– Pedro, ¿dónde has ido?

– Quería comprobar lo que ayer vimos.

– Y ahora, ¿qué haremos con tanta miel?

– La venderé y con los primeros dineros que gane, compraré grandes tinajas y toneles para tener siempre miel y venderla los jueves en el pueblo y en los demás días  iré a otros pueblos.

– Bien me parece, dijo la mujer.

En estas estaban cuando aparecieron los hijos todo contentos e ilusionados.

– Papá, queremos que con el dinero que saques nos compres zapatos para todos y tela para que la mamá haga unos pantalones y camisas. La mamá se sumó a las peticiones de sus hijos y pidió carne, pescado, aceite, queso, frutas…

A Pedro le pareció bien todo lo que pidieron los suyos. El también tenía sus deseos.

Las ventas fueron muy bien y el panal seguía dando miel y las tinajas que llenaba cada vez eran más grandes y más numerosas. Todos los deseos se convertían en realidad. Al cabo de algún tiempo habían hecho mucho dinero, muchísimo…tanto que hasta se habían olvidado de sacar más miel a aquel panal.

El invierno, con el frío, la nieve, el agua, el viento, se había acercado a su casa y un día, un hombre, al que no habían visto nunca llamó a su puerta.

– Señor, vengo de muy lejos y me gustaría quedarme por estos lugares. He hablado con la gente del pueblo y me han dicho, y yo lo creo, que tiene mucho dinero, que vive muy bien y que todo se lo debe a la miel que ha vendido.

– Así es, dijo Pedro, y le contó la historia del panal, pero Pedro era ahora un hombre distinto, se había convertido en un hombre egoísta, avaro, orgulloso…

El hombrecillo desconocido, después de escucharlo le propuso comprarle aquel panal abandonado a cambio de mucho dinero. Sabía lo que hacía.

Pedro no consultó con nadie, ni dudó de aquel hombrecillo, entró en casa y sin que nadie le viera le entregó el panal.

¿Qué quién era aquel hombre desconocido?

Por sus obras le conoceréis. Eran las vísperas de la Navidad. Los almacenes de Noelandia necesitaban dinero. Estaban casi vacíos. Aquel año los niños, los jóvenes, los padres, todos se habían portado bien y querían que sus deseos se vieran satisfechos.

El panal que había manado tanta miel para satisfacer la avaricia de Pedro, ahora, y no se sabe cómo manaba oro líquido.  El hombrecillo no cabía en sí de gozo y en la puerta de Noelandia puso este cartel:

“Cuántos  hay que teniendo lo bastante

Quieren enriquecerse en un instante

Cuántos hay que pierden lo que tenían

Sin saber lo bien que vivían».

– Pedro se arruinó.

Publicado en: Apicultura, Relatos Etiquetado como: relato apicola navideño

El cuento de la mielera

18 octubre, 2014 Por Alberto Deja un comentario

Érase una vez una mielera joven, simpática y muy  trabajadora.

El sol la acarició en la cama. ¡Buen día para las abejas!, es lo primero que se le ocurrió pensar. Era día de mercado en el pueblo cercano. Después de arreglar su casa, se dió una vuelta por el colmenar.

¡Qué alegría!, gritó la mielera. Y no era para menos. Nunca antes sus abejas se movieron tanto en idas y venidas, en salidad y entradas en la colmena.

El cuento de la mielera o de la lechera
El cuento de la mielera o de la lechera

Así que cogió la canasta de mimbre que tenia preparada, se la puso en la cabeza  y partió hacia el mercado.

Por el camino, se encontró con algunos vecinos: la frutera, el hortelano, el lechero, el quesero, con la…

– Hay que ver qué contenta estás hoy, le decían unas.

– No hay ninguna moza que lleve la canasta con más salero, decían otros.

Como a la mielera no le gustaba entrar en conversación se fue por un solitario sendero. En la cabeza de la mielera, hacía tiempo, que habían anidado unas ideas que le hacían soñar despierta.

– En cuanto llegue al mercado venderé en un santiamén estos tarros de miel. Al ser tan dorada y cremosa la venderé a buen precio y como no soy gastadora, con el dinero que saque compraré más colmenas con reinas jóvenes y zánganos elegantes.

Pondré alrededor del colmenar plantas de lavanda, tomillo, brezo, romero…para que las abejas no se cansen y recojan el polen y liben el néctar de las flores y lo conviertan en miel.

Y como soñar no cuesta dinero, la mielera continuó soñando.

– Pondré muchos árboles frutales para que cuando llegue la primavera y se llenen de flores las abejas liben sin descansar y se llenen los panales de rica miel. Cambiaré estos tarros de barro por otros de cristal para que la gente diga al verlos: ¡ Qué color tiene esa miel! ¡ Dan ganas de comprar un tarro!

En estos pensamientos andaba y sintiéndose cansada, descansó un rato al borde del camino. Volvió a hacer sus cuentas y muy contenta reanudó su andar y a hablar en voz alta.

– Con el dinero que obtenga compraré un extractor de miel y así trabajaré menos  y la miel estará más transparente. Y luego volveré a poner en la colmena los bastidores para que mis abejitas sigan haciendo miel. Con la cera que he obtenido empezaré a hacer velas de todos los tamaños  y colores. Todos dirán: ¡ Qué velas más bonitas! ¡ Voy a comprar unas!

Y mientras imaginaba todo el dinero que podía sacar, también pensó que no estaría mal poner otro colmenar y como le parecía poco, compraría una hornillera para que las abejas vivieran como en un palacio sin agobios de frío ni de calor.

Ahora sí que los vecinos iban a tener envidia.

– Fíjate, decían, cómo la mielera que hace bien poco no tenía que ponerse para ir a misa los domingos, ahora va toda elegante, parece la reina del colmenar.

Su alegría era tan grande, que dió un salto….

Y la canasta con los tarros se hizo añicos al chocar contra el suelo. La mielera al ver todo aquel desastre, entre lágrimas, exclamó:

– Adios miel, tarros, colmenas, hornillera, cera…como antes estaba ahora me quedo.

La mielera volvió a su casa, procurando que nadie la viera y por el camino iba diciendo:

No sigas mi camino

no seas ambiciosa

disfruta de lo que tienes

y vivirás siempre gozosa.

Publicado en: Abejorros y abejas, Apicultura, Artículos propios, Relatos Etiquetado como: cuento de la mielera

Cuento de la jarra de miel y la manteca

9 septiembre, 2014 Por Alberto Deja un comentario

El Panchatantra es una obra de la narrativa india, cuyo origen se remonta a los siglos III y IV de nuestra era. Contiene  fábulas y relatos con intención didáctica-moral, y como podéis ya imaginar, algunas de ellas repletas de miel y abejas. Esta obra se difundió por Persia en el año 570, y el Islam la transmitió por Europa. Muchas de las versiones que nos han llegado tienen muchas adiciones árabes y cristianas. Sin ir más lejos, bajo el título de Calila y Dimna, Alfonso X el Sabio tradujo esta obra literaria del árabe.

Pachantrata. Relato de la jarra y la miel
El cuento de la lechera con miel .Pachantrata. Relato de la jarra y la miel

Hecha la introducción, vamos con el relato.

Dicen que hubo un religioso que cada día pedía limosna en la casa de un mercader rico, recibiendo pan, miel y manteca, además de otras viandas para comer. No dudaba en nutrirse a diario con  el pan y el resto de manjares,  guardando la miel y la manteca en una jarra, que colgaba a la cabecera de su cama. Cuando la jarra se llenó, sabiendo que el precio de la miel y la manteca había aumentado en el mercado local, comenzó a reflexionar y hacer sus cálculos. «Venderé lo que está en esta jarra por tantos maravedís, que podré comprarme 10 cabras, las cuales una vez preñadas, parirán a los cinco meses».

Continuó haciendo cuentas con su creciente rebaño de cabras, y estimó que en cinco años tendría al menos 400 chivas. Luego, se dijo, «las venderé y compraré 100 vacas, además de semillas, que  con los bueyes  que tenga cultivaré en el campo».

Así conjeturó que en otros cinco años tendría tanta leche y cereales, que podría adquirir una lujosa casa y muchos esclavos. Una vez cumplido su sueño anterior se casaría con una mujer muy hermosa y de alto linaje, con la que tendría un descendiente varón, al que educaría para ser respetado y admirado por sabios y reyes.

Y si  el hijo le saliera rebelde y maleducado, se dijo, «le castigaré  con la vara que llevo en la mano».

Y al decir esto y alzar la vara que sostenía con la mano, dio con ella en la jarra que tenía en la cabecera de su cama, rompió dicho recipiente, derramándose la miel y la manteca sobre su cabeza.

Moraleja: no quieras imaginar lo que no sabes si será. Y para los apicultores, aplicarnos el mismo cuento.

Publicado en: Apicultura, Artículos propios, Relatos Etiquetado como: relatos con miel

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