Aunque para nosotros la miel de flores merece todos los respetos y en muchos casos esté a la altura de las mejores mieles, el mercado suele marcar precios superiores para las mieles de lavanda, romero, bosque o castaño, es decir, para la mieles monoflorales donde predomina un tipo de flor.
La miel de flores se convierte, en ocasiones, en un patito feo, como en el inmortal cuento del danés Hans Christian Andersen.
Casi podríamos afirmar que no hay dos mieles de flores iguales. En la sierra, en la montaña, en la pradera, en la meseta o en el valle, su origen puede ser cualquiera de estos sitios si tienen una buena floración que atraiga a las abejas.
El gusto y color de la miel de flores están determinados por el tipo de flores melíferas de las cuales la abeja ha recolectado el néctar. Su color puede variar desde un tono casi incoloro a un tono pardo oscuro. Su consistencia puede ser fluida, espesa o cristalizada.
En cuanto a los puntos que hay que tener en cuenta a la hora de valorar una miel de flores, son una humedad correcta (por encima del 18% en agua podría fermentar), ausencia de olores extraños (como el humo), que haya sido cosechada lo más recientemente posible y especialmente que no haber sido sometida a calentamientos por encima de 40ºC, lo que haría que perdiera parte de sus aromas.
Terminamos este artículo con nuestra versión personal del «patito feo», con la que queremos reivindicar las estupendas mieles de flores que todos los años recogen las abejas en nuestros campos.
Un abejero, conocedor de su profesión, tenía varios colmenares repartidos por la Península Ibérica. En el mes indicado por su calendario, recogía en cada uno de ellos diferentes mieles, como la de eucalipto, demandada por sus clientes por ayudarles a «curar» sus resfriados, o la de brezo, apreciada por su sabor amargo característico. Una de las mieles que también castraba era la miel de flores, que cada año ofrecía variaciones armoniosas de la flora de la zona donde estaba el colmenar. Muchos de sus conocidos y amigos consideraban a la miel de flores muy común para sus delicados gustos, y ni siquiera se planteaban el probarla.
La miel de flores, con el pesar de su dueño, fue arrinconada en el almacén a la espera de mejores tiempos y de algún comprador. Pero al comenzar la primavera, y una vez agotadas el resto de sus mieles, alguien pregunta por ella. Y varios días después, la misma persona que había adquirido un par de kilogramos, maravillada por el nuevo sabor descubierto, vuelve por más miel de flores y divulga entre sus conocidos su hallazgo.
Desde entonces, los que visitan la mielería de nuestro protagonista, siempre se llevan junto al resto de las otras mieles, un par de tarros etiquetados como miel de flores. FIN.
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