Érase una vez una mielera joven, simpática y muy trabajadora.
El sol la acarició en la cama. ¡Buen día para las abejas!, es lo primero que se le ocurrió pensar. Era día de mercado en el pueblo cercano. Después de arreglar su casa, se dió una vuelta por el colmenar.
¡Qué alegría!, gritó la mielera. Y no era para menos. Nunca antes sus abejas se movieron tanto en idas y venidas, en salidad y entradas en la colmena.
Así que cogió la canasta de mimbre que tenia preparada, se la puso en la cabeza y partió hacia el mercado.
Por el camino, se encontró con algunos vecinos: la frutera, el hortelano, el lechero, el quesero, con la…
– Hay que ver qué contenta estás hoy, le decían unas.
– No hay ninguna moza que lleve la canasta con más salero, decían otros.
Como a la mielera no le gustaba entrar en conversación se fue por un solitario sendero. En la cabeza de la mielera, hacía tiempo, que habían anidado unas ideas que le hacían soñar despierta.
– En cuanto llegue al mercado venderé en un santiamén estos tarros de miel. Al ser tan dorada y cremosa la venderé a buen precio y como no soy gastadora, con el dinero que saque compraré más colmenas con reinas jóvenes y zánganos elegantes.
Pondré alrededor del colmenar plantas de lavanda, tomillo, brezo, romero…para que las abejas no se cansen y recojan el polen y liben el néctar de las flores y lo conviertan en miel.
Y como soñar no cuesta dinero, la mielera continuó soñando.
– Pondré muchos árboles frutales para que cuando llegue la primavera y se llenen de flores las abejas liben sin descansar y se llenen los panales de rica miel. Cambiaré estos tarros de barro por otros de cristal para que la gente diga al verlos: ¡ Qué color tiene esa miel! ¡ Dan ganas de comprar un tarro!
En estos pensamientos andaba y sintiéndose cansada, descansó un rato al borde del camino. Volvió a hacer sus cuentas y muy contenta reanudó su andar y a hablar en voz alta.
– Con el dinero que obtenga compraré un extractor de miel y así trabajaré menos y la miel estará más transparente. Y luego volveré a poner en la colmena los bastidores para que mis abejitas sigan haciendo miel. Con la cera que he obtenido empezaré a hacer velas de todos los tamaños y colores. Todos dirán: ¡ Qué velas más bonitas! ¡ Voy a comprar unas!
Y mientras imaginaba todo el dinero que podía sacar, también pensó que no estaría mal poner otro colmenar y como le parecía poco, compraría una hornillera para que las abejas vivieran como en un palacio sin agobios de frío ni de calor.
Ahora sí que los vecinos iban a tener envidia.
– Fíjate, decían, cómo la mielera que hace bien poco no tenía que ponerse para ir a misa los domingos, ahora va toda elegante, parece la reina del colmenar.
Su alegría era tan grande, que dió un salto….
Y la canasta con los tarros se hizo añicos al chocar contra el suelo. La mielera al ver todo aquel desastre, entre lágrimas, exclamó:
– Adios miel, tarros, colmenas, hornillera, cera…como antes estaba ahora me quedo.
La mielera volvió a su casa, procurando que nadie la viera y por el camino iba diciendo:
No sigas mi camino
no seas ambiciosa
disfruta de lo que tienes
y vivirás siempre gozosa.
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