La película Bal (“Miel” en turco) ha sido premiada en el 2010 con el Oso de Oro de la Berlinale.
Semih Kaplanoglu nos narra una historia de lucha por la supervivencia vista desde los ojos de un niño cuya vida transcurre en una aislada zona de la montaña turca.
El protagonista, Yusuf, es hijo de un apicultor tradicional que se gana la vida recogiendo la miel que sus colmenas producen en las copas de los árboles, donde los osos, hambrientos de dulce, no pueden llegar.
Realmente la película no se centra especialmente en las labores apícolas, es fundamentalmente una historia intimista acompañada de una fotografía exquisita. Ahora bien, sin duda me llamó la atención la figura del apicultor-trepador de árboles, que no es muy frecuente por nuestras latitudes.
Apicultura vertical en Tailandia
Pero sí en otros países… En Tailandia, por ejemplo, parece ser que la miel procedente de estos llamados “árboles de miel” es muy reconocida socialmente y los recolectores deben incluso pagar cuotas para explotar estas colonias en bosques públicos o privados.
La especie de aquella zona, la Apis dorsata, es una abeja melífera asiática gigante que construye un panal único y lo cuelga de 3 a 25 metros del suelo.
Se suele recolectar la miel por la noche, con ayuda de humo y se necesita contar con un ayudante.
Mientras el apicultor corta los panales en la copa del árbol, el colaborador va bajando al suelo mediante cuerdas el preciado botín.
Cazadores de miel de Malasia
Los “cazadores de miel” de Malasia penetran en la selva para buscar árboles en los que recolectar miel silvestre. Algunos de estos árboles tienen en sus copas entre 16 y 100 pequeñas colmenas. Eso les obliga a hacer frente a millones de abejas a la vez y convierte este ritual en extremadamente peligroso.
Trepan a los árboles por la noche y utilizando ramilletes de hierbas encendidas expulsan a las abejas de la colmena para poder extraer la miel.
Apicultura vertical en Nepal
En Nepal es espeluznante ver trabajar a los apicultores tradicionales que recolectan miel en las escarpadas laderas de algunas montañas, generación tras generación.
Se descuelgan mediante escalas o cuerdas rudimentarias, pertrechados con unas telas que apenas les cubren la cabeza, y consiguen recoger los panales, suspendidos a cientos de metros de altura.
En «El gran libro de las abejas» de Inga Menkhoff y Jutta Gay, hemos aprendido muchas más cosas sobre esta peligrosa cosecha de miel y de sus cazadores.
Es la abeja melífera del Himalaya, Apis laboriosa, la artífice de toda la historia, de más de 30 mm de longitud y capaz de sobrevivir en regiones montañosas. Realiza migraciones estacionales, en la estación fría, entre octubre y abril lo pasa por debajo de 850 metros y el resto el año por encima de los 2500 metros de altitud.
Construye sus nidos en el flanco sudoeste de escarpados precipicios, y alcanza por nido los 100 000 ejemplares. Los cazadores de miel acuden allí hasta dos veces al año (noviembre) equipados de escaleras de cuerdas, cestas y varas con estiletes en punta.
Antes de comenzar los «cazadores» celebran una ceremonia en la que se invoca la ayuda divina (falta les hará).
A continuación, se enciende un fuego en la base del precipicio, que simula un incendio en el bosque. El aventurado recolector se desliza desde la cima del precipicio por la cuerda y corta con su estilete la parte inferior del panal, donde está la cría y no la miel. Coloca un capacho debajo de los panales con miel para su recogida.
Y lo que nos gustaría que continuara, es que esta actividad siga siendo un rito de iniciación sin fines comerciales, transmitido de generación en generación, que no consiga acabar con las abejas.
Quienes tengan ocasión de ver estas actividades de alto riesgo en directo o simplemente en Youtube seguro que quedarán impresionados. Esto sí que es un deporte de riesgo.
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