Ayer lo pasé mal. Mi amigo Martín, apicultor de vocación, me llamó para dar una vuelta por el campo y visitar, de paso unas colmenas que tienen en el término llamado «La Fontana».
Era temprano. El sol se estaba desperezando y dejaba ver el monte y el valle con una tenue gasa, como si fuera tul de seda blanca. Los pájaros anunciaban su programa a los cuatro vientos, mientras el pájaro carpintero, parecía aplaudir con su monótono repiqueteo sobre el árbol viejo del camino.
Nuestra conversación había ido a parar, ¡como no! hacia las abejas. Ya estamos en el colmenar. Se puso el traje, que yo califiqué de astronauta, y abrió la primera colmena. Movía con agilidad los cuadros y sacó uno, que acercó y…
Han pasado varias horas y no puedo olvidar lo que allí ví. A veces hablamos de guerras y sus consecuencias, siempre catastróficas. Hablamos de huracanes, tifones, etc…y contamos muertos, heridos y daños. Pero yo ahora me pregunto: ¿quién cuenta las abejas que año tras año se nos mueren en las colmenas? ¿Quién las mata?
El cuadro era desgarrador. Allí en medio de aquel panal, antes campo de trabajo, ahora de muerte, ¡sólo había dos abejas !: la abeja reina y su fiel acompañante. ¿Dónde estaban las demás?
Vi las celdas repletas de miel, celdas con larvas dentro, ninfas a punto de convertirse en abejas, etc.
Pregunté entonces a mi amigo Martín: ¿Qué ha pasado?
– No lo sé, fue su respuesta escueta.
Me acordé, que hace unos días, cayó en mis manos un libro de fábulas de La Fontaine, donde ya hace miles de años, las pobres abejas se vieron desterradas, nada menos que del Olimpo de los dioses. ¿Por qué? Os lo voy a contar.
«Las abejas provienen de la mansión de los dioses, los dioses del Olimpo. Demeter (Ceres), diosa de los frutos, cereales, flores y hierbas, descuidó sus deberes y las abejas huyeron del Olimpo al monte Himeto.
Allí se saciaron de los dulcísimos tesoros que engendra el soplo de los céfiros, con los que elaboraron el néctar, bebida de los dioses, hecho con miel fermentada, y la ambrosía (comida), que era una mezcla de miel, agua, aceite de oliva, queso y cebada.
Cuando los panales quedaron desprovistas de miel y sólo les quedaba la cera, comenzaron la fabricación de cirios.
Uno de estos cirios, viendo que la tierra se convertía en ladrillo, por la acción del fuego y resistía las inclemencias del tiempo, quiso lograr el mismo privilegio y como un nuevo Empédocles que se arrojara al volcán Etna para hacer creer a sus devotos que había sido arrebatado al cielo, terminó pasto del fuego.
Amigo lector, dice La Fontaine: todo es distinto en el mundo, sácate de la cabeza que los demás seres sean de la misma pasta que tú. No te fundas en las brasas de tu ignorancia e incomprensión.
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