Ha llovido toda la noche y esta mañana, el sol no ha podido atravesar esa coraza de nubes, pero nos ha regalado un vestido esmeralda, muy limpio, para cubrir el desnudo de la vega. Los pájaros contagiados de tanta belleza, están alegres y pregonan a los cuatro vientos sus amores y amistades. Un pastor guía su rebaño al valle, donde un arroyo pone una nota plateada al verdor de la pradera. Una abeja madrugadora, ha salido de la colmena con la misión de pecorear; demasiado agua, casi un diluvio para la pobre abeja. Se volverá a su casa y dirá a sus compañeras que más tarde.
Este era el escenario donde yo me movía. Este era el cuadro que la naturaleza colgaba todos los días a las puertas de mi casa. Una humilde casa de un pueblecito de Castilla. La escuela estaba cerca de mi casa. Una escuela donde el trabajo, el esfuerzo y la ilusión presidían todas sus actividades.
Música, adornos navideños, árboles con luces titilantes impregnaban el ambiente.
–Para el lunes, quiero que presentéis un cuento, un tanto especial. Tiene que basarse en otros cuentos. (Era la voz autoritaria de Don Braulio).
–Don Braulio, ¿quiere Usted decir, qué se parezca a un revuelto?
–Llámalo como quieras, pero que sea un cuento basado en esos cuentos que vuestras madres o abuelas os contaban antes de dormir.
–Gracias, Don Braulio.
Dicen que recordar es vivir dos veces y, qué casualidad, no hacía mucho tiempo, que en el «cole» había visto una obrita de teatro que se titulaba «El revoltijo», título muy apropiado para definir lo que pasaba en escena. ¿Quién podía imaginarse a Caperucita y Blancanieves agarraditas de la mano después de encontrarse en el bosque? Claro que mucho más difícil de imaginar es ver un lobo bueno, a tres cerditos tirando de la carroza de la Cenicienta, o a los siete enanitos llevándose todos bien , etc…,etc.
Aquel día se me habían pegado las sábanas. Había soñado mucho aquella noche.
–Florián, a desayunar.
El desayuno era mi comida preferida del día: un tazón de leche pura, rebanada de pan con miel y nata y unas galletas que hacía mi abuela.
Ya sentado en la mesa de mi habitación entré de lleno a trabajar en «la fábrica de los sueños». El material que tenía entre mis manos, mejor dicho, en mi cabeza, eran los cuentos de Blancanieves y Caperucita.
Había una vez…una reina que estaba muy enojada, porque no podía soportar que alguien fuera más hermosa que ella. Tenía un espejo un tanto chivato, ya que cuando todos los días, al levantarse, le hacía la pregunta. ¡Díme, espejito!, ¿quién es la mujer más hermosa ?, su respuesta siempre era la misma: ¡ Blancanieves, majestad! Y así, día tras día hasta que la reina empezó a odiar con todo el alma a Blancanieves y cuando ya no pudo soportar más tiempo la presencia de la bella princesa, su hijastra, llamó a un fornido leñador y le ordenó que se llevara lejos a Blancanieves y la matara.
El hombre, temeroso por su propia vida, llevó a la joven princesa a lo más profundo del bosque, pero no se atrevió a quitarle la vida y la dejó abandonada a su suerte.
A su alrededor todo eran ruidos misteriosos y sombras aterradoras: el salto de una ardilla, el graznar de un grajo, el canto del milano, el correr de una liebre. Todo le asustaba. Sintió miedo, mucho miedo y comenzó a correr y a correr…
Mientras esto sucedía ,en otro lado del bosque ocurrían otros hechos.
Aquella mañana, la madre de Caperucita, le pidió que la llevara a su abuela una cesta con frutas y galletas.
–No te alejes del camino. Tu abuelita te estará esperando. Quédate hasta mañana, pero ayúdale en algo.
Caperucita prometió a su madre ir directamente a la casa de su abuelita. Se puso la capa roja y salió de inmediato. La,laran,larito…la, larán,larito, repetía una y otra vez dando saltitos.
La casa de su abuela estaba en lo más profundo del bosque, pero Caperucita conocía bien el camino que debía tomar y no le daba ningún miedo caminar sola.
¡Qué feliz era Caperucita! Su felicidad estaba hecha de flores, de pájaros, de mariposas, de árboles, de aguas cristalinas, de ratones y…hasta de ramas de árboles que bajaban para acariciar su melena. No se acordó del lobo que alguna vez la asustó. En aquel momento sólo le faltaba coger las flores más hermosas para llevárselas a su abuela.
-….Socorrooooo….Ayúdenmeeee…..
Caperucita, en un principio, se asustó. Las voces se repetían y venían de lo más profundo del bosque. Inmediatamente sus pasos se encaminaron en la dirección de las voces que se seguían oyendo. Los arañazos de las zarzas, los golpes de las ramas, los traspiés que daba, no la importaban, quería ayudar a aquella persona, que a juzgar por la voz era una niña como ella.
Su corazón está a punto de estallar.Tiene prisa, mucha prisa. Sus ojos penetran la vegetación y…..sí,sí, allí está entre las raíces de un gigantesco árbol, nacido entre unas rocas, como si fuera un pulpo siempre dispuesto a atrapar sus presas con sus enormes tentáculos. ¡Pobre niña!, pensó Caperucita.
Sus esfuerzos para conseguir la liberación, eran dignos de la escena final de una película. Besos, abrazos y llantos se sucedieron uno tras otro, bajo un techo leve de música, ejecutado por jilgueros, petirrojos y verderones y hasta las ramas de aquel monstruoso árbol marcaban el ritmo de la música. ¡ Qué espectáculo!
–No hay tiempo que perder. La casa de mi abuelita está lejos. Los lobos y perros salvajes, ya me han dado algún susto…schs..sch…se oyen pasos. Será Ruper, dijo Caperucita.
Ruper había oído también las voces suplicantes de Blancanieves y raudo, veloz, conocedor del monte, se presentó allí. Caperucita se echó en sus brazos y le llenó de besos.
–Blancanieves, es Ruper, el vecino de mi abuela.Tiene una casita en el monte y muchas colmenas. Es un gran apicultor.¿ Qué tal está la abuelita?
-Ya te estaba esperando, así que vamos deprisita, niñas.
Caperucita, se echó en sus brazos y le llenó de besos.
Durante el camino, Blancanieves le contó a grandes rasgos sus situación y sus miedos. Si volvía al palacio, ¿qué haría la madrastra con ella? Esto era lo que más la preocupaba. Su padre, ¿mandaría a sus soldados a buscarla?
Ruper trataba de animarlas. Se paró, ¿habéis oído esas voces? Ah, son los enanitos que hoy les toca trabajar en esa vieja mina. Estaban lejos de ellos, pero cerca de la casa de la abuela. Las ayudó a cruzar un pequeño riachuelo, pasaron el puente y…la casa de ….
En medio de un claro del bosque, allí estaba la casita de la abuela. Parecía que el arco iris había descargado todos sus colores en puertas, ventanas, paredes y tejado. Los frutos del bosque habían fabricado una corona alrededor de la casita y para que no faltara nada, los pájaros jugaban a pillarse entre las ramas de los árboles.
Blancanieves se acordó de su palacio, de sus jardines, de sus fuentes-surtidor, pero le gustaba ya más aquella casita.
La abuela no las vio llegar. Estaba en la cocina preparando unas rosquillas, pues Caperucita iba a venir pronto y le gustaban mucho esos dulces.
-¡ Abuela! ¡ Abuela!, gritó Caperucita.
-¡ Qué susto me has dado!…Besos….abrazos…
–Mira, abuela, esta niña tan bonita se llama Blancanieves y me la he encontrado perdida en el bosque, atrapada entre las raíces de ese árbol tan grande, que está al lado de la Fuente del Manzano. ¿Se podrá quedar con nosotros, verdad?
Ruper y Caperucita le contaron sin mucho detalle lo que había pasado.
La abuela, que era muy buena, se deshacía en atenciones. Todo era decir: ¿quieres….? ¿quieres…?
Aquella tarde todo fue tranquilidad. Se fueron a ver las colmenas de Ruper, que no estaban lejos. Este buen hombre, que vivía sólo, aprovechó la ocasión para darles una lección de vida, de vida de las abejas.
El sol recogía sus últimos rayos para acostarse hasta el nuevo día. El olor a tomillo, se mezclaba con el de espliego. Una suave brisa acariciaba sus rostros.¡ Qué bien lo había pasado! ¡ Qué buena estaba la miel de Ruper!
La llegada de Blancanieves había roto los planes de la abuela, pero no se había olvidado de las galletas que iba a hacer. Directamente llevó a las dos niñas a la cocina, las colocó un mandil y…..a trabajar. Después de hacer la masa, recortarla y meterla en el horno. Todo parecía fácil bajo la atenta mirada de la abuela. Pronto estarían aptas para comer !Qué ricas!
La abuela no perdió el tiempo y, con mucha educación fue preguntando a Blancanieves alguna cosa que la tenía preocupada. Y…¿si viene la madrastra por aquí? y…si el rey manda a sus soldados, ¿qué me harán a mí?
Blancanieves, ya sin miedo, pidió a la abuela la receta de las galletas de miel. Quería sentirse útil en la vida. Haría aquella receta cuando volviera al palacio.
La abuela abrió la puerta de la alacena y entre las muchas recetas de cocina que tenía, la dio la que había pedido.
GALLETAS DE MIEL
Ingredientes
-250 gramos de harina.
-100 gramos de manteca.
-250 gramos de miel de lavanda.
-2 huevos.
Elaboración
-Batir las yemas agregando miel, la manteca y las claras batidas a punto de nieve, y por último incorporar la harina poco a poco.
-Poner sobre la mesa, amasar un poco y estirar hasta que quede la masa del grosor de medio centímetro aproximadamente.
-Con el borde de un vaso, se cortan las galletas, se enharinan y se colocan en una bandeja previamente untada con manteca.
-Poner al horno durante 10 minutos hasta que empiece a dorarse.
Buen apetito.
pipermenta
¡Rico, rico, tanto la historia como el cuento! Toda una delicia para los ojos y los sentidos.
Un saludo.
mielesdelrudron
Muchas gracias por el comentario. Se lo transmitiremos al autor, que es de la familia y seguro que se anima y se pone a escribirnos otro cuento. Saludos