El francés François de Salignac de la Mothe Fénelon (1651-1715), además de fabulista y poeta, fue un autor muy prolífico, especialmente en textos de carácter teológico, que son los que hablan de Dios y de sus atributos e imperfecciones.
En sus fábulas se nota la presencia de Esopo y Fedro, lo que hoy llamaríamos plagio, con un toque personal y adaptado a su época, y también con aportacions suyas.
Quiso deleitar enseñando, para así corregir algún «defectillo» de sus alumnos, entre los cuales estaba el joven duque de Borgoña.
Redactó unas fábulas para el joven, nieto de Luis XIV y heredero de la corona de Francia. Muchas de ellas están recogidas en el libro Fábulas y opúsculos diversos.
La siguiente fábula de Fenelon tiene lugar cuando el joven príncipe admira en un jardín la organización de una colmena, y la reina de la misma se dirige al nieto de Luis XIV de la siguiente manera.
Fábula «Las abejas» de Fenelon
La contemplación de nuestras obras y de nuestra conducta os regocija; pero aún más debe instruiros.
Aquí no padecemos el desorden ni la licencia; solo se nos considera por nuestro trabajo y por los talentos que puedan ser útiles a nuestra república.
El mérito es la única vía que nos eleva a los primeros puestos.
No nos ocupamos, día y noche, de otras cosas que no sean aquellas a las que los hombres quitan toda utilidad.
¿Podríais ser un día como nosotros y poner en el género humano el orden que admiráis en nuestra casa?
Trabajareis así para su felicidad y para la vuestra; cumpliréis la tarea que os ha deparado el destino, no estaréis por encima de los demás, más que para protegerlos, para alejar los males que los amenazan, y para procurarles todos los bienes que tienen derecho a esperar de un gobierno vigilante y paternal.
Es en la siguiente fábula de Fenelon, la abeja y la mosca, donde no salen las abejas bien paradas.
Fábula «La abeja y la mosca» de Fénelon
Cierto día la abeja vio a una mosca encima de su colmena.
-¿Qué haces tú aquí?, le dijo ella con tono furioso. Verdaderamente eres atrevido, vil animalejo, mezclándote con las “reinas del aire”.
-Tienes mucha razón, contestó con frialdad la mosca; es hacer un problema aproximarse a una nación tan fogosa como la tuya.
-Nadie es más sabio que nosotras ,dijo la abeja, únicamente nosotras tenemos leyes y una república civilizada; solamente libamos en el cáliz de las flores olorosas y no hacemos más que deliciosa miel comparable al néctar.
¡Lejos de mi presencia, villana mosca inoportuna, que no haces más que buscarte la vida entre la basura!
-Vivimos como podemos ,contestó la mosca: la pobreza no es un vicio; pero sí lo es, y muy grande, la cólera.
Vosotras hacéis la miel que es dulce, pero vuestro corazón es siempre amargo: vosotras sois sabias con vuestras leyes, pero iracundas en vuestra conducta.
Vuestra cólera, que os hace picar a vuestros enemigos, os causa la muerte, y vuestra loca crueldad os hace así peor daño a vosotras mismas, que a nadie.
Es preferible tener unas cualidades menos admirables y un poco más de moderación.
Y la tercera fábula de Fénelon, donde se critica la soberbia de las abejas.
Fábula «Las abejas y los gusanos de seda» de Fénelon
Las abejas subieron un día hasta el Olimpo, al pie del trono de Júpiter, para rogarle que tuviese en cuenta el cuidado que ellas habían tomado con él desde su infancia, cuando le alimentaron con su miel en el monte Ida.
Júpiter quiso concederlas el primer honor entre todos los animalillos; pero Minerva, protectora de las artes, le hizo presente que había otra especie de animalillos que disputaban a las abejas la gloria de las invenciones útiles.
Júpiter quiso saber el nombre de estos.
Son los gusanos de seda, respondió la diosa; y al momento, el padre de los dioses ordenó a Mercurio hiciese venir sobre las alas de los suaves céfiros algunos diputados de ese pueblecito, a fin de poder oír las razones de los dos partidos.
La abeja, que hacía de embajadora de su nación, ponderó la dulzura de la miel, que es el néctar de los hombres; su utilidad y el artificio con que está compuesta.
Después alabó la sabiduría de las leyes que mantienen el buen gobierno y la volátil república de las abejas.
Ninguna otra especie de animales, decía el orador, tiene esta gloria, y esta es la recompensa de haber alimentado en una cueva al padre de los dioses.
Poseemos además el valor guerrero, cuando nuestro rey anima a nuestras tropas en los combates.
¿En qué se fundan, pues, esos gusanos, viles y despreciables insectos, para atreverse a disputarnos el primer rango?
Ellos no saben más que arrastrarse, mientras nosotras tomamos un noble vuelo, y con nuestras alas doradas subimos hasta los astros.
El que arengaba en nombre de los gusanos de seda respondió: no somos más que gusanillos, y ni tenemos ese gran valor para la guerra, ni esas sabias leyes; pero cada uno de nosotros muestra las maravillas de la naturaleza y se consume en un trabajo útil.
Sin leyes vivimos en paz, y no se ven jamás guerras civiles entre nosotros, en tanto que las abejas se matan unas a otras en cada cambio de rey.
Tenemos las virtudes propias para variar de formas.
Ya somos gusanillos compuestos de once anillitos, entrelazados con la variedad de los más vivos colores que se admiran en las flores de un jardín.
En seguida hilamos con qué vestir a los hombres más opulentos, aún a los que están en el trono, y suministramos también material para las telas que adornan los templos y los dioses; este adorno tan bello y durable es de mayor mérito que la miel, que se corrompe muy pronto.
En fin, nos transformamos en haba, pero en un haba que siente, se mueve y muestra siempre vitalidad.
Después de estos prodigios, nos convertimos de pronto en unas mariposas con el brillo de los más ricos colores; y entonces es cuando no somos inferiores a las abejas en la facilitad de elevarnos de un vuelo atrevido hasta el mismo olimpo.
¡Sentenciad agora, oh padre de los dioses!
Júpiter, no acertando la verdadera decisión, declaró por último que las abejas ocuparían el primer rango a causa del derecho que habían adquirido desde tiempos antiguos.
Hay medio, dijo, ¿de degradarlas?
Yo les estoy muy agradecido, pero creo que los hombres deben tener todavía más que agradecer a los gusanos de la seda.
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