A nuestra sección la colmena literaria sólo llegan escritores que admiramos, y que además hayan incorporado a las abejas y a sus mieles dentro de su obra, o que simplemente nos demuestren su cariño por ellas, como es el caso de Manuel Leguineche (1941-2014).
Este periodista, escritor y corresponsal de guerra entre muchas otras cosas, vivió los últimos años de su vida en el jardín de la Alcarria, Brihuega (Guadalajara), y fue en el año 2003 cuando un jurado le concedió su peso en miel de la Alcarria.
Descripción del melero alcarreño por Manu Leguineche
Por su amigo Jesús sabía que mientras liban y trabajan, las abejas no pican, pero también nos regaló en su libro «El club de los faltos de cariño» una descripción de la figura del melero y sus recuerdos.
«El melero alcarreño, que recorría el país desde la paramera castellana hasta las rías gallegas o las montañas vascas, vestía, como nos informa Doroteo Sánchez, “pantalón de pana ajustado, amplio blusón de dril finamente rayado, boina en la cabeza que vino a sustituir al antiguo cachirulo, a estilo maño, propio del traje regional alcarreño, y como calzado, unas cómodas sandalias o unas ligeras alpargatas según temporada.
Alcancé a ver a los meleros en acción en el Madrid de los años sesenta. Llevaban la alforja con quesos, embutidos y la romana sobre el hombro; en una mano un cubeto de miel y en la otra una cantarilla de arrope.
Más o menos así presenta el melero una escultura a la entrada de Peñalver, donde los amigos Berninches, Josepe o Borobia y otros del grupo me dieron mi peso en miel. Di 102 kilogramos en la romana».
Allí conté en mi discurso de agradecimiento, bajo una lluvia incómoda, lo que dicen los chinos:
“Si quieres ser feliz un día, emborráchate. Si quieres ser feliz un año, cásate. Si quieres ser feliz toda la vida, cultiva tu jardín”. Y yo añadí: “Y cuida de las abejas”.
Más de Manu Leguineche sobre las abejas
No sabemos si se documentó sobre las abejas para su discurso de agradecimiento del premio de la miel de la Alcarria, pero su conocimiento de la abeja destaca y mucho.
Estos párrafos de neuvo en su libro «El club de los faltos de cariño».
«Zumbido de abejas a mi alrededor. Hacendosas, se las llama. Es una balada monocorde, un ronroneo que invita al sueño, que tarda. Admiro a los que se duermen en la copa de un pino. Leo que las abejas remedian 500 enfermedades.
Nosotros tenemos talento para la enfermedad y ellas para curarnos.
A mi izquierda zumban las abejas, a lo suyo, en la hiedra, sin molestarme un segundo. Me he habituado a su bordoneo. Beatitud, paz con el mundo. La vida es lo mejor que se ha inventado. Es santa y cada instante es precioso.
Las abejas no saben lo que hacen. Sólo lo hacen, sin seguridad social, sin pagas extra. He olvidado quién dijo que los hombres son como las abejas. Lo que producen vale más de lo que son. Recorren una legua hasta aquí.
Son estajanovistas, hilanderas de la flor y he pedido para ellas la Medalla del Trabajo.
La Celestina creía que “la mayor gloria que al secreto de la abeja se da es que todas las cosas por ella tocadas convierte en mejor de lo que son”.
El espliego de la Alcarria
Otra de sus notas nos habla del espliego de la Alcarria.
«Jesús trabajó también en la industria del espliego, la destilación de la esencia de la mata. El espliego es silvestre y la lavanda inglesa.
La caldera estaba instalada en la fuente de Noguera. Tiene que ser agua nativa o de pozo, pero que pasa para refrigerar. A las calderas le echábamos 150 kilos de mata de espliego de monte.
Se tapaba la caldera a presión para que no saliera la esencia, algo parecido al alambique. La esencia se la llevaban en bidones para la industria perfumera».
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