Por lo que se deduce de la lectura de la fábula de » los zánganos y las abejas» de Jean de la Fontaine (1621-1695), ya existían los largos plazos y retrasos en las resoluciones judiciales.
El fabulista francés, utilizando a los habitantes de la colmena, se permitió hasta dar consejo a los jueces para resolver alguno de sus conflictos.
Para «revisar» esta fábula, hemos contado con la colaboración de nuestro autor de cabecera, Gelosoi.
Aquel año no fue bueno. Las nubes se habían olvidado de manar agua. El sol se había adueñado del campo y, como dueño que era, le castigó con una sequía pertinaz. Las flores, que por allí vivían, no se atrevieron a salir del seno de sus capullos. La amenaza de convertir todo en un desierto parecía acercarse, parecía inminente.
-Hilario, ¿qué te pasa?
-Mejor que no te conteste, respondió Ramón.
Ramón, que era un hombre sensato, curtido con los sinsabores que da la vida, no insistió más, pero la cara de Hilario lo decía todo. Alguna desgracia le había caído encima.
-El tiempo lo cura todo, sentenció Ramón.
-No, Ramón, a mis abejas no las cura nadie, están muertas y bien muertas. Tú sabes bien la ilusión que he puesto en ellas.
Aquel colmenar quedó abandonado. Hilario no volvió por allí, no quería llevarse más disgustos.
Y sucedió entonces lo que a continuación voy a contar: algunos panales no tenían dueño y sí que tenían miel. Las abejas no tenían reina que dirigiera su trabajo y se dedicaron al pillaje, a robar miel. Los zánganos se creían con derecho a comer sin trabajar, que para eso eran zánganos. El enfrentamiento entre abejas y zánganos tuvo que dirimirse ante una Avispa, la más avispada del lugar, que presidía el Alto Tribunal de la Miel.
Ardua era la cuestión. ¿A quién dar la razón?. ¿Quién debía comer la miel de aquel colmenar abandonado?
Una mañana muy tempranito comenzó el juicio. Numerosos testigos atestiguaron haber visto alrededor de aquellos panales a unos bichos alados, de color oscuro, parecidos a las abejas. Lo mismo dijeron los zánganos.
La señora Avispa, no sabiendo qué decidir, abrió de nuevo el sumario y para mayor certeza en su sentencia llamó a declarar a todo un hormiguero que por los aledaños de la colmena habitaba.
Tras numerosísimas comparecencias, la Avispa, la más avispada, no pudo aclarar quién tenía derecho a aprovecharse de aquella miel y no se atrevió a dictar sentencia.
Pasó el tiempo y la miel mientras tanto se estaba perdiendo, hasta que un día la Abeja, que estuvo a punto de ser reina, se presentó ante el Alto Tribunal de la Miel, requiriendo una sentencia que pusiera final a aquel largo litigio.
-Tú, Abeja, casi reina, ¿qué harías para resolver el problema?
-Muy sencillo, señora Avispa. Organizaría un concurso para ver quien hace mejor los panales y sabe llenarlos de miel.
Los zánganos no admitieron aquel reto, demostrando de esta manera, que aquel arte era superior a su destreza.
Así, la señora Avispa, la más avispada, adjudicó la miel a sus verdaderas dueñas.
Jean de la Fontaine y Juan Ramón Jiménez. No queríamos obviar lo que escribe el premio Nobel de Literatura sobre este fabulista francés, en su libro Platero y yo.
«Hombre ya, Platero, un fabulista, Jean de la Fontaine, de quien tú me has oído tanto hablar y repetir, me reconcilió con los animales parlantes; y un verso suyo, a veces, me parecía voz verdadera del grajo, de la paloma o de la cabra. Pero siempre dejaba sin leer la moraleja, ese rabo seco, esa ceniza, esa pluma caída del final».
Deja una respuesta