Había que volver. Aquel convento en ruinas tenía algo que…no sabía calificar si de «misterioso», «intrigante», «irresistible», «inquietante»…De su primitiva fábrica tan sólo se «conservaba» parte del exterior, un muro con un par de canecillos románicos. La cabecera de la iglesia mantiene una bóveda de crucería y un arco apuntado con decoración de bolas, obras todas del siglo XVII.
Pero esto no era lo que a mí me interesaba.
La distancia entre Benagover y Chelve la cubría el CR14. Dificultad media. De interés:
-Ruinas convento San Francisco s. XVII.
–Ermita Nª Señora del Colmenar.
-Fuente Risueña.
Son las 10 de la mañana. El sol subido en su trono reparte luz y calor con toda generosidad. Un grupo de niños, jugaba en el abrevadero de la fuente, manoteando en el agua, mientras abejas y avispas hacían piruetas en vuelos insistentes sobre los charcos, sin hacer mucho caso de los movimientos y griterío infantil.
No sentí ninguna nostalgia al dejar atrás mi pueblo de Benagover. El paisaje que cruzaba, me daba mucho más. De los árboles del camino caía un leve concierto de trinos de pájaros, de aquellos que San Francisco llamaría sus «hermanos». Arroyos y fuentes claras acompañaban mi caminar hacia Chelve. Crucé el río Tuejar que como un heraldo sonoro me anunciaba las ruinas del convento franciscano. Los sembrados de cereales, huertos con sus hortalizas, animaron mi caminar.
Eché una ojeada a las desamparadas ruinas cubiertas de hiedra y me dirigí a la ermita que vecindaba con el convento.
La riqueza de la ermita era el contrapunto de la pobreza que se adivinaba en los dos frailes que la cuidaban.
Fray Eulogio y Fray Abilio eran casi dos «ruinas». Sus hábitos descoloridos por los soles al ir mendigando de pueblo en pueblo, estaban en consonancia con sus años, pero su amabilidad adornaba su santidad, y al revés, su santidad adornaba su amabilidad.
¿Qué le trae por aquí al hermano?
Después de presentarme fui directamente al tema que yo quería resolver. Había visto entre las ruinas algo que me llamó la atención. En una pared sin ningún apreciable interés, me llamó la atención dos aparentes ventanas, tapiadas con maderas un tanto carcomidas y apolilladas, pero no abandonadas.
Algún misterio había en ello.
Abandonamos la ermita y nos fuimos a ver las ruinas del convento y esta es la historia que me contaron y de la que quiero hacer partícipe a los amantes de nuestras «hermanas», las abejas:
«Nuestro padre y fundador, San Francisco de Asís, abandonando el bienestar y riquezas familiares, siguió y quiso vivir las palabras de su Maestro: «Mirad como los lirios del campo se visten, como los pájaros comen, sin preocuparse ni de cómo, ni de cuándo». Sólo Dios basta.
Siendo fiel a esa divina palabra, quiso que en cada convento la dependencia de la madre naturaleza, estuviera ante sus ojos y obligó a poner en cada celda una colmena.
Así, mano a mano, los dos frailes fueron desgranando la historia de aquel convento.
Pasaron por alto la desamortización de Mendizabal, el abandono posterior, hasta llegar al estado actual. Ahora sólo dos colmenas daban fe de tantas como hubo; pues en cada celda había una, con dos trampillas: una hacia dentro, cerrada; y otra hacia fuera, que permitía a las abejas salir al exterior, al claustro. La miel se recolectaba una vez al año, el día 4 de Octubre, celebración de la fiesta de San Francisco.
Ahora tomó la palabra fray Eulogio y me contó la historia que transcribo:
«Había un fraile, Fray Rogel, que al igual que los demás debía salir a los pueblos a pedir limosna». (Los franciscanos eran una orden mendicante).
Un día cansado de pedir de puerta en puerta, se sentó en un poyo a la entrada de una casa. Pronto salieron los dueños y entablaron conversación. Fray Rogel no se quedó atrás en palabras y muy por delante en las promesas. Prometió traerles una azumbre de miel, si a cambio le daban una fanega de trigo. Las dos partes quedaron satisfechas. Después de tomarse un pequeño refrigerio, con sus ya amigos, se encaminó al convento todo contento.
Fray Rogel no volvió por aquel pueblo, ni por aquella casa.
Pasado el tiempo, cuando paseaba por el claustro con la comunidad, sucedió, de manera continuada, un hecho que nadie se atrevía a juzgar, excepto Fray Rogel.
Las abejas salían de sus colmenas y parecían ignorar a los frailes. Tenían bastante con su ir y venir, pero había una colmena, que sus abejas como obedeciendo órdenes superiores, salían a la voz de ya, a picar al «charlatán» de Fray Rogel.
Durante un tiempo se hizo el inocente, él no sabía nada, pero ante la contumacia de los hechos se vió obligado a confesar: «Debo una azumbre de miel a unos buenos hombres que me dieron una fanega de trigo».
Saldada la deuda, Fray Rogel, aprendió a no prometer lo que no podía dar.
Se me había hecho tarde y emprendí el regreso a mi pueblo, satisfecho por haber resuelto aquel misterio y haber aprendido a cumplir con lo prometido.
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*Azumbre: medida de capacidad para líquidos, que equivale a unos dos litros (cerca de 3 kg de miel).
*Fanega: medida de capacidad que equivale a 55,5 litros.
Nuestro relato está basado en el convento franciscano de Chelva en Valencia. Desde el Concilio de Trento (s. XVI), se recomendó a monjes y sacerdotes que cuidaran colmenas con el fin de incrementar sus exiguos recursos. Cada uno de los monjes franciscanos de Chelva (Valencia), disponía en su convento de una colmena en su celda, con puerta cerrada al interior y piquera exterior a un claustro abierto. Una vez al año cataban la miel.
Ezequiel
Muy interesante el relato, sobre todo el sistema de entrada y salida de la colmena.
Alberto
Tienes razón, tenía que ser curioso. Gracias por tu comentario.
«Cada monje franciscano disponía en su convento de una colmena en su celda, con puerta cerrada al interior y piquera exterior a un claustro abierto».