Lo que voy a contar, no sé a punto fijo cuándo sucedió, pero de su contexto se puede deducir que debió ser allá por los tiempos de Augusto, romano, y gran señor del mundo conocido.
Omil vivía en una casa cualquiera, en un calle como todas, y tenía un corazón tan grande como todo el pueblo. Era pequeño, se podía pensar que había nacido en cuarto menguante.
-Omil, dijo Anaí, que era su padre, esta noche tendrás que dormir con las ovejas. Coge el zurrón. No te duermas, pués el lobo anda por los alrededores.
-No se preocupe padre, respondió Omil.
La familia de Omil, era una más del pueblo, o un poco menos. Tenían por toda riqueza un rebaño de ovejas muy fácil de contar, solo tenían 17 ovejas. Esto era lo que tenían y era de lo que vivían.
-Vamos,Piti. Así se llamaba su perro.
Dicen que los animales se parecen un poco a sus dueños. Los ojos brillantes del perro eran dos breves intensidades de sentimientos nobles, tanto del perro como de Omil.
El camino que lleva al aprisco es intrincado. La noche iba entrando y la luna se inflamaba allá a los lejos y se adornaba con collar de estrellas.
Omil y Piti se han cansado. Omil no vio la estrella que titilaba en el firmamento. Duermen.
Pasaron las horas y la noche se tornó rojiza en uno de sus extremos, avisando del amanecer. Omil agradeció el fin del frío y la huída de la oscuridad.
Piti ladra. Ha oído un no sé qué, que se acerca cada vez más. Ante la insistencia de los ladridos, Omil cuenta las ovejas sin saber el motivo de tal desazón. Sí, el perro tenía razón.
Por la ladera pelada del monte, un grupo numeroso de gente avanza lentamente. A la grupa de poderosos camellos debe venir gente muy importante. La varidad de colores en sus trajes le recuerda el arco iris. El perro ya se ha callado. No traen armas, lo que tranquiliza a Omil.
El que venía al frente de la caravana, se adelanta, y tras breve saludo, le dice:
– Jovencito, no sabría indicarnos un pozo para que nuestros camellos pudieran saciar su sed, pues venimos de muy lejos.
Omil, echó una ojeada a sus ovejas y viendo que todo estaba en orden les invitó a seguirle. No muy lejos había un pequeño oasis donde todos podrían saciar su sed y descansar si así lo deseaban y así lo hicieron.
Descargaron parte de su equipaje y montaron en un santiamén las tiendas. A Omil las órbitas de sus ojos se le quedaron pequeñas. Nunca había visto tanto lujo. En pocos instantes reinaba un silencio total en el campamento.
Naza y Lafita se quedaron de vigilancia. Los demás dormían. La estrella que los había guiado estaba fija, los miraba. Omil no podía dormir.
Pronto entablaron los tres una conversación, o más bien, una indagación. Querían saber por qué estaban allí.
Omil lo tiene fácil. Es el pastor y allí están sus ovejitas.
– ¿De dónde venís vosotros?
-Hemos abandonado nuestros países, siguiendo una estrella, que según dicen nuestros reyes, nos llevará al pueblo donde nació el rey David y ahora habrá nacido ya el Niño que salvará al mundo.
Omil no dijo nada. Lo que pensaba se lo guardó muy adentro y volvió a preguntar.
-Y, ¿qué hareís cuando lo encontreís?
-Mira, jovencito, nuestros reyes son unas personas muy buenas y muy sabias, algunos les llaman hasta magos, y una vez que hayamos encontrado a ese Niño, le ofreceremos regalos en señal de acatamiento. No olvides lo que te hemos dicho, ese Niño será el rey de todo el mundo.
-Ah, pues yo también quiero conocerle. ¿Podré ir con vosotros?
– Nosotros no podemos decirte nada. Serán nuestros señores los que te darán la respuesta.
En el campamento se olía el silencio. Todos dormían.
– ¿Por qué dormís durante el día y no por la noche?
– Durante la noche tenemos que seguir la estrella , ella es nuestra luz y señal, dijo Naza.
– Oye, Lafita, me has dicho que esos señores eran magos, ¿es verdad?
-Mira, Omil, ellos son los más sabios de todos los sabios. Ellos hacen cosas que nosotros no sabemos ni entendemos, parecen de magia.
Omil se calla. Omil está dando vueltas a una idea. El tiempo ha huído y en el campamento se oye un rebullir que va en aumento. El rey más sabio de todos los sabios ha salido ya de su tienda. Le llama.
-Me han dicho que quieres ir con nosotros y nos ha parecido muy bien; pero, ¿te has olvidado que tienes un pequeño rebaño?
-No, señor, pero cuando pase por el pueblo le diré a mi padre que voy a buscar al rey que acaba de nacer y que me pondrá a su servicio y el dinero que gane se lo mandaré a la familia. A mí padre no le parecerá muy mal, pués somos muy pobres.
Al rey más sabio de los sabios, Melchor, no le pareció mal la idea. A la conversación se habían unido Gaspar y Baltasar.
Aquella mañana todos tenían prisa. El fin de aquel largo viaje estaba cerca. La estrella que les guiaba, allí estaba, no había desaparecido.
-Oye, Omil, ¿ese pueblecito que se ve al fondo del valle, cómo se llama?.
-Señor, ese pueblo se llama Belén, el pueblo donde nació un pastorcillo que luego sería rey y su nombre David.
Al oir tal nombre el revuelo que se armó fue grande. Todo eran voces. Todo eran órdenes. Todo encajaba. La profecía se iba a cumplir. «En Belén de Judá, nacerá una estrella».
La caravana se puso en marcha. Omil era el guía y al llegar al pueblo fue a ver a sus padres y a decirles su intención. No le pusieron ninguna dificultad. Cogió un tarro de miel y se unió a la caravana. La estrella que se había puesto en movimiento, descendía lentamente hasta pararse a las afueras del pueblo, sobre una casucha que en algún tiempo fue establo de animales. Una tenue luz alumbrababa aquellas cuatro paredes y uan fuerza misteriosa les empujaba hacia dentro. Se compusieron un poco sus trajes y barbas y entraron.
-Omil, tú primero, le dijo Melchor. Quizás les conozcas.
La vergüenza tomó posesión de su cara. Un traspiés estuvo a punto de tirar su ilusión por los suelos.
¿Que si fueron bien recibidos? Conociendo a los personajes que había allí dentro, se da por supuesto.
Tras breve charla de presentación, llegó el momento de entregar los presentes que de tan lejos habían traído.
-Tú primero, Omil, le dijo Melchor.
-Yo…yo..había traído un poco de miel en un tarro. Omil buscó, rebuscó dentro de su zurrón. Allí no había nada. Volvió a meter la mano y…el tarro de miel se había convertido en un cofre de oro, lleno de monedas de oro.
-¡Esto no es mío! ¡Yo no lo he robado! Yo tenía una jarrita de miel.
-Omil, tu sabes que nosotros somos reyes y también magos. Tu bondad nos ha cautivado a todos. Y que el Niño que está en la cuna haga realidad todos tus deseos.
Todos fueron entregando sus presentes al que había de ser el Rey de reyes.
Omil, que era pequeño, que había nacido cuando la luna está en cuarto menguante, no sabía donde meterse. Una lluvia de regalos cayó sobre él. Ya no sería nunca más pobre. Sus padres no serían ya pobres.
Juanjo
Muy simpático. Ando todo el día buscando alguna forma de felicitar la Navidad a mis clientes, proveedores y amigos y esta me ha resultado francamente humana.
mielesdelrudron
Muchas gracias Juanjo. Siempre es bonito buscar una excusa como la Navidad para transmitir a nuestros seres queridos buenas vibraciones.