En este caso no hablamos del macho alfa, sino de la menos conocida hembra alfa, la mujer que persigue mantener su situación de poder cueste lo que cueste.
“No entendí a Eva hasta que leí un libro sobre las abejas (..) La reina, la soberana del enjambre, clava el aguijón a sus rivales hasta que mueren… ya lo verás, algún día, ella te clavará su aguijón”.
Así se retrata al personaje interpretado por Joan Crawford, una auténtica “abeja reina” en la película con el mismo nombre.
Hoy en día este término de “abeja reina” se utiliza mayoritariamente para designar aquellas mujeres dominantes que en el mundo del trabajo ejercen el poder que les da su puesto de forma poco saludable. Ahora bien, este síndrome podría estar presente en otras facetas de la vida, no sólo en la laboral.
En el mundo del cine enseguida encontramos algunos ejemplos.
Así podemos recordar a Sigourney Weaver apropiándose de las buenas ideas de su colaboradora Melanie Griffith en la película “Armas de mujer”.
O la tirana Miranda Priestly interpretada por Meryl Streep en la película “El diablo viste de Prada”.
El diablo, por supuesto era ella, metafóricamente hablando.
Una jefa con este desequilibrio emocional jamás permitirá que sus colaboradoras puedan conseguir mejores puestos en la empresa, entre otros motivos, porque se siente amenazada por ellas y las visualiza como posibles competidoras.
Por tanto, pondrá “palos en las ruedas” de sus intentos de promoción. Y por supuesto rechazará muchas de sus ideas, por muy buenas que sean, alimentando de algún modo su falso sentimiento de seguridad.
Las empleadas afectadas desarrollarán muy posiblemente una profunda desmotivación, falta de confianza en sí mismas y por supuesto estrés.
Según los expertos, este tipo de comportamiento está condicionado fuertemente por la extremada masculinización de los puestos directivos actuales.
Una mujer ambiciosa que llega a un puesto de responsabilidad en ocasiones adopta modos de trabajo imitados de los de sus compañeros varones, creyendo equivocadamente que de ese modo conseguirá el respeto y admiración de sus colegas.
En muchas organizaciones no está bien visto que un directivo se muestre sensible, comprensivo o cercano, ya que muchos los consideran síntomas de debilidad en un líder.
No deja de ser una ironía que las mismas mujeres que se han quejado a lo largo de la historia del trato desigual en el entorno laboral, perpetúen a su vez problemas similares por su propia actitud.
Recordemos que mujeres políticamente muy fuertes como Margaret Thatcher o Angela Merkel han compartido el apelativo de “dama de hierro”.
En puestos de esa responsabilidad podría decirse que “o comes o te comen”. Y más si eres una fémina.
Más aún, las mujeres siguen contando con un importante obstáculo social.
Aún se sigue considerando que una mujer exitosa tiene que ser atractiva, elegante y, a ser posible, joven. Es decir, ha de ser una supermujer.
Cuando el paso del tiempo surte efecto, la “abeja reina” comienza a desarrollar inseguridades, empieza a pensar que otra mujer más atractiva, elegante o joven que ella puede reemplazarla. Lo mismo que ocurre en una colmena cuando nace una reina más joven.
Y entonces la lucha por eliminar a la rival es inevitable. Curiosamente los hombres en la misma situación no sufren este tipo de miedos y tampoco les pide nadie ser superhombres.
El síndrome de la abeja reina fue catalogado por primera vez por Graham Staines, Toby Epstein Jayaratne y Carole Tavris en 1973, investigadores de la universidad de Michigan, documentado por 20.000 encuestas realizadas para estudiar los ratios de promoción y el impacto de la incorporación de la mujer al mundo laboral.
Según sus averiguaciones, este desequilibrio podría surgir en la adolescencia. De hecho es frecuente que en los institutos aparezca la figura de la “diva”, la “princesa” o más comúnmente la chica popular, que suele ser atractiva, carismática, manipuladora, arrogante y a menudo adinerada.
Estas jóvenes acarrean la admiración, la envidia y el desprecio, a partes iguales. Estas luchas por la pertenencia a grupos en esta etapa tan difícil a veces desembocan en fenómenos de bullying.
Los psicólogos recomiendan a las mujeres con este síndrome que reivindiquen sus atributos femeninos en el ejercicio de su función, que no pierdan de vista su vida personal (el trabajo no lo es todo) y que practiquen activamente la delegación de tareas en sus colaboradores.
Asimismo aconsejan ejercer su asertividad, pero sin que ello derive en una actitud agresiva con los miembros de su equipo.
Y consideran importante fomentar las relaciones interpersonales, para generar un clima de confort en el trabajo y fuera de él.
Esperemos que con el tiempo las mujeres se vayan dando cuenta de que ser grandes mujeres y grandes gestoras a la vez no es algo incompatible.
Chis
Uuuuh, qué peliagudo síndrome este! Algún día quizá sea un recuerdo de esta sociedad y no algo de actualidad.
Alberto
Ojalá sea así. De momento habrá que contar con él en nuestra sociedad. Gracias por comentar.